Cuando eres un buen observador todo el mundo es tu maestro.
Así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien
escuchar.
Mi madre desde que tuve uso de razón me decía: Ver, oír y
callar. No sé si por buena aprendiza o por tener una maestra insistente la lección
se me quedó bien grabada.
Todos hemos vivido una situación en la que un niño ha
soltado algo que te ha hecho pensar: "Tierra trágame o mejor trágate al
niño que me está poniendo en un aprieto!!!".
Sólo recuerdo una ocasión de pequeña en la que metí "la
pata" y mucho... No fue con mi madre, sino con mi tía Mari, con mi segunda
mami. Habíamos estado dando un paseo y ella se compró ropa. Al llegar a su
casa, en la escalera, nos encontramos con mi tío y yo muy suelta y redicha
solté: "Alaaaa tú mujer se ha comprado dos faldas, una blusa y ha dejado
apartadas otras cosas para recogerlas mañana."
Mí tita me apretó la mano hasta que los deditos se me
pusieron rojos. La miraba para que me explicara porque hacía eso, ella que era
tan cariñosa conmigo, pero muy hábilmente había cambiado de tema de
conversación con mi tío y seguía alegremente charlando. Cuando por fin se
despidieron, subíamos los peldaños de la escalera de tres en tres y en casi un susurro
me dijo: "Ver, oír y callar. Lo que sepa tu mano derecha no tiene por qué
saberlo la izquierda. Las niñas educadas escuchan y no se meten en las
conversaciones de los adultos." Ahhhhh, no tenía
más de siete años, pero lo recuerdo como si fuese ayer!!!! Creo que fue la primera y única vez que la tita Mari se enfadaba muy y mucho conmigo.
Con los años he aprendido que aquellas lecciones de mi madre
y de mi tía no sólo me enseñaron a pensarme cuando hablar, sino que es mejor
escuchar porque cada persona tiene algo que aportarte, algo que te enseña la
escuela vida. Tan importante como las cosas que aprendes de los libros.