18
de octubre de 2006. Ese día me examinaba del práctico del carnet de conducir.
Aquella mañana tenía mi última clase práctica y por la tarde, a las cinco, mi cita
con el inspector de tráfico que se encargaría de dictar sentencia.
Mª
José fue mi instructora de la autoescuela. Seria, profesional y paciente, muy
paciente. No sólo tenía que enseñarme a conducir sino a quitar de mi mente la
idea "conducir difícil y aburrido". Acostumbrada a ser copiloto o
pasajera, recorrer trayectos mirando por la ventanilla para admirar lo que
veía, dormir si estaba cansada o incluso leer para acelerar el tiempo del
viaje. Sinceramente no le veía ninguna ventaja al añadir una nueva tarjetita a
mi cartera.
Aquella
mañana de octubre se levantó nubosa, amenazaba lluvia:
-Y
si llueve??? Todas mis prácticas han sido entre septiembre y octubre, no sé ni
donde se pone el limpiaparabrisas!!!!
-
Mira, está aquí. Además no te preocupes. Durante 15 años que llevo dando clases
ninguno de mis alumnos se ha examinado mientras llovía.
Parece
una tontería, pero aquellas palabras me tranquilizaron. No iba a ser yo la
primera, verdad???
A
la media hora de llevar el coche por las calles de Sevilla, los zapatos me
comenzaron a molestar. Sólo a mí se me ocurría cambiar mis sandalias por unos
zapatos cerrados, pero mi estilismo de entretiempo para ese día no
permitía pies descubiertos.