Oversize... también para el otoño

Bendita soledad??? O era maldita soledad???
Supongo que la respuesta dependerá a quien le preguntes, te dirá una cosa u otra.
Para nada quiero hablar de aquella soledad que sienten las personas, a las que les oprime el corazón por muy rodeados de gente que estén. Negatividad cero, ese siempre es mi objetivo.

Para mí bendita y deseada soledad!!! Aquella que buscas durante el día, en los minutos que arrancas a tus quehaceres diarios para:
  • Tomarte un té en silencio, saboreando cada pequeño trago que das a tu taza
  • Escuchar entera una canción, cerrando los ojos e intentando comprender que expresa la letra, mientras te dejas llevar por la música
  • Mirar por la ventana, sintiendo los rayos del sol calentar tu cara. Mirar sin posar la vista en nada, mirar el horizonte
  • Meterte en la bañera de agua tibia, con tus sales de baño preferidas. Dejando que cada poro de tu piel beba. Eliminando las células muertas y dando la bienvenida a las nuevas. Regeneración por fuera y por dentro
  • Estar en la cama con luz tenue mirando al techo, con media sonrisa en los labios recordando algún detalle del sueño que has tenido que te ha dejado esa sensación placentera de bienestar
  • Pasear, pasear, pasear,… sin rumbo determinado. Concentrada sólo en escuchar el rítmico sonido de tu corazón
  • Tumbarse en tu sofá o reclinarse en tu sillón favorito. Cerrar los ojos y viajar con la mente. Soñar con lugares lejanos, convencerte que estas allí al percibir olores y sonidos de ese sitio
  • Entrar en la cocina sin planes determinados. Preparar el guiso que mejor te sale, empanar filetes que al freír quedarán crujientes, después una tarta espectacular, seguir con unas galletas, un delicioso arroz con leche,...Rodearte de aromas que alimentan
  • Estar delante del teclado del ordenador escribiendo... quizás una nueva entrada para tu blog. Sabiendo que la persona que te va a leer se va a sentir identificada con tus pensamientos. Sentir la satisfacción de ser cómplice de alguien en la distancia.

Tu vestido en algodón

Cuando te apetece coger un libro más y ponerte a leer? Quizás en la playa a la orilla del mar, mientras escuchas su sonido, olas acompasadas rompiendo en tus pies. O mejor, sentada en un porche con vistas a un bosque, donde el sonido lo pone el viento al acariciar las ramas de los árboles, acompañado de los trinos de los pájaros. Otra opción: en tu sillón favorito  junto a una ventana mientras escuchas la lluvia golpear los cristales, envuelta en una mantita que da calor; sonido de lluvia y olor a lluvia. Metida en tu cama, siendo las páginas del libro la que te mecen en dirección a los brazos de Morfeo.

Sinceramente a mí… en todos estos idílicos momentos un libro puede ser el compañero perfecto. Aunque si el libro es bueno cualquier momento puede ser perfecto.  Siempre puedo arañar unos minutos en mi día para zambullirme en una lectura apasionante que me lleve a un mundo paralelo. Porque eso es para mí la lectura, una ventana abierta a otra realidad o mejor dicho a la fantasía. Un ejercicio para mantener la mente activa, aprender palabras y expresiones nuevas. La lectura no simplemente un entretenimiento sino también una manera de conocer.

Muchas veces me digo a mi misma que debería de leer más despacio, pero… soy una devora libros. Cuando una historia me engancha, ya no puedo dejar de leer para enterarme del final de la trama. 

Pero la condición indispensable es que el libro me “enganche” sino a las pocas páginas queda relegado a los libros “aburridos”, y no vueltos a coger. A veces me pregunto porque me pasa eso? Uno de ellos es el Último mohicano, no tiene una lectura difícil, pero la historia no me resulta atractiva. Ni leí el libro ni vi la película, y eso que la banda sonora me encanta.

A principio de verano hice la recopilación de libros que me quería leer y escogí dos escritoras especiales, dispares entre ellas, pero con novelas que me han gustado mucho: Jane Austen e Isabel Allende.

Seda con lentejuelas

Diego se enamoró de una chiquilla de su ciudad, Teruel, allá por el s. XIV. Cuando Diego le declaró su amor a Isabel, ella sólo puso una condición para aceptar su amor: su padre D. Pedro tenía que dar su aprobación.
Diego era un segundón, es decir, su hermano mayor, el primogénito, heredaba todas las tierras a la muerte de su padre, él carecía de fortuna. Este fue el motivo por el que D. Pedro rechazo la propuesta de matrimonio de Diego a Isabel.
El muchacho convencido que su amor era verdadero, pidió que Isabel lo esperará cinco años, tiempo en el que pensaba hacer fortuna para volver y desposarla. Con un apretón de manos quedó firmado el pacto entre padre y el enamorado de Isabel. Diego se unió a las Cruzadas para conseguir el dinero necesario para convertir su sueño en realidad.
Transcurrió el tiempo establecido en el acuerdo, no llegando ni su persona ni noticias de él. D. Pedro preocupado porque su hermosa y joven hija se “quedará para vestir santos” la convenció para que se desposará con un hombre de fortuna, años mayor que ella.
En la noche de bodas de Isabel, Diego se presentó ante su amada. Incrédulo de las noticias que había recibido de sus nupcias. Nada le reclamaba, excepto un único beso por hallarse herido de amor. Isabel, tal fiel a sus principios, no lo considero aceptable por saber que así le faltaría el respeto a su marido. En el mismo instante que sus labios pronunciaban un rotundo NO, los labios de Diego exhalaban su último aliento.
Asustada despertó a su marido, y este ante el temor que lo acusaran de asesinato la apremio a llevarlo a la puerta de su  familia para quedar exculpado.
Al amanecer Isabel se sentía llena de culpabilidad al haber abandonado de esa manera el cuerpo inerte del que fue su amor, su gran amor. Se visitó de negro cubierta por un velo y se dispuso a asistir al entierro de Diego. Cuando llegó al velatorio, se aproximó a él, se levantó el velo y dijo: “en muerte te doy el beso que te negué en vida”. Tras besarle cayó muerta de amor, como él lo había hecho pocas horas antes.

Tendencia: Antelina

Dos grupos de personas según su forma de comer-beber, es fácil pertenecer a uno u a otro... o no. También puedes ser de las independientes, de las que te dejas llevar por impulso y nada es premeditado.
  • Si comes la pizza entera o dejas los borde. Un plato limpio o un plato con una montañita de pan desechado.
  • Tomas café o eres más de té. La línea de separación de estas personas es muy ancha, quien es adicto al café no prueba el té y viceversa. Son fieles a su bebida caliente favorita.
  • La salsa la pones sobre las patatas fritas o la pones al lado, para ir mojando en la salsa a cada bocado que des. Estoy en esta segunda opción, tus patatas no dejan de estar crujientes con el sabor de la salsa, tan "empapuchadas" pierden la gracia. Por lo menos esta es mi opinión rebatida seguramente por los del otro grupo, los llamados "salseros".
  • Eres de comer con cubiertos o te encanta comer con las manos. Lo mejor, una combinación. Hay quien pela las gambas con cuchillo y tenedor; y quien considera esto un pecado a no poderse "chuperretearse" los dedos. Para gusto los colores, es bien sabido.
  • Cuando coges la carta del restaurante miras primero los platos o miras primero los precios para así saber que vas a comer. Sobre todo en estos tiempos que corren hay que mirar los precios para que tu bolsillo no se resienta demasiado. Aunque, digo yo, sólo mirando a tu alrededor y saber en que sitio te encuentras sabrás qué vas a pagar. Si el maître te acompaña a la mesa, si hay un camarero especializado en servir cada plato... la cena te va a salir por un pico. En cambio, si el mantel de papel, seguramente los platos serán abundantes y el coste menor.
  • Cuando vas a comer un trozo de tarta primero la guinda y demás adornos o los deja para el final por ser lo que más te gusta. Hay quien lleva lo del "poner la guinda" a rajatabla y la deja para el último bocado. Y otros su máxima es "no dejes para mañana lo que puedas hacer ya!!!!".