Cuando tenía 14 años, mis mejores amigas, Inma y Mª del Mar,
se agujerearon la oreja para su tercer pendiente. Y lo digo así porque la
palabra percing no existía en nuestro vocabulario. Ellas muy valientes en el
baño de Inma, todos los experimentos que hacíamos eran en su casa, cogieron un
poco de hielo para insensibilizar la oreja y listo, salieron cada una con un
brillantito muy mono en su oreja derecha junto con los aros plateados gigantes
que nos poníamos por aquel entonces. Mi padre me decía: Ya te has puestos los
aros de loro? Decía que eran tan grandes que un loro se podía balancear en
ellos.
Mis ganas de tener un otro pendiente se dispararon cuando vi
a mis dos amigas. Pero yo de valiente no tenía ni un pelo, bueno quizás me
hubiera atrevido a que ellas me lo hicieran, pero... la reacción de mi madre
eso me daba más miedo. Así que me las lleve a casa y después de mucho chantaje
emocional mi madre accedió con la condición que fuera un ATS el que me pusiera
el pendiente.
Localizado el "practicante" pedí cita. Una tarde
de verano con muchísima calor me lleve a mis amigas como apoyo moral para
conseguir mi último capricho. Me sentó en una camilla me puso anestesia en la
oreja y cuando fue a clavar la aguja le pregunte:
"Si padeciese del corazón me pasaría algo?"
"Qué problema tienes?", me pregunto el hombre
asustado por mi pregunta.
"Ninguno, pero es que estoy nerviosa!!!"