La abuela Lola era una anciana de anuncio. De pelo blanco,
cara sin apenas arrugas y mejillas sonrosadas. Bajita y regordeta. Pensarás que
con este aspecto era la típica dulce abuelita que no hablaba por no molestar.
No… imagen equivocada. Era una señora que imponía con su mirada, daba su
opinión porque era la correcta e incluso si tenía que dar un porrazo en la mesa
para hacer oír lo hacía. Antes de conocerla escuché mucho hablar de ella. En
nuestro primer encuentro me sentí intimidada. Pase poco tiempo con aquella sensación,
Lola pronto se convirtió en mi tercera abuela. No te invitaba a abrazarla te
invitaba a quererla porque te mostraba la vida.
La primera vez que almorcé con ella observé que nadie quería
ponerse a su derecha. Todos se miraban y se hacían señas para esquivar aquella
silla. Así que inocente de mí... ocupe aquel lugar. Cuando acabó la comida
comprendí lo que les ocurría a sus nietos. Cada vez que Lola quería algo te
daba con su mano en el brazo dos golpes fuertes, fuertes de los que hacen
moratones, y decía: "Pásame el pan". A los pocos segundos dos golpes:
"Pásame la sal". Y así varias veces.
Un día charlando con ella tuvimos la siguiente conversación:
- Noelia, qué opinas de mí?
- Es un encanto de señora.
- No me mientas chiquilla y menos en mi cara. Di la verdad.
- Una abuelita en apariencia. Han pasado los años pero sigue
siendo una señora de "armas tomar". Margaret Thacher la dama de
hierro era de plastilina a su lado. Además cuando me siento junto a usted a
comer paso miedo esperando el "golpecito" para pedir algo!!!!